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Por Bernabé Ramírez

Llegan las Fiestas Navideñas y hace tiempo que no escribo nada para el grupo. Me gustaría dar un repaso a aquella época que en el barrio todo era gritos de niños por todas partes en medio del desolado nivel de vida que si nos fijamos no ha cambiado mucho. 

El único cambio que percibo es que nos dejan vivir en casas con paredes fuertes y cimientos potentes pero la miseria y el acceso a la riqueza producto de la gente común se la siguen quedando los mismos de siempre. 

Que nadie se engañe. Los que mandan en el sarao democrático siguen siendo los mismos del poder financiero que mandaban durante la República. Los mismos oligarcas con sus empresas pero con otros nombres. 

Me acuerdo cómo se anegaba el patio de mi casa cuando llovía abundantemente, que por causa obvia no corría el agua por los viejos desagües. Con tanta lluvia la calle Martínez se tornaba una avenida. Lo mismo que la calle Pescadores y la calle Morales, ya que el chorro que corría por la calle Real del Barrio Alto bajaba por calle Patrón y por las calles adyacentes hacia la plaza Mula y la calle Verbena. 

Una vez se estancaba en la plaza Horneros formaba grandes barrizales en tiempos que aún no habían rebajado la cuesta de salida a Carretera de Ronda que da justo frente a la Cruz Roja.

Entonces el agua salía por el callejón del Pajero y la veíamos correr toda para abajo hacia la estación del ferrocarril, para bordeando el cuartel de los civiles, llegar a la desembocadura de la rambla, ya que todo lo del Barrio Alto va a parar al mar, incluso los sueños. 

Siendo hijo único los Reyes Magos me traían un aluvión de juguetes que para mí era imposible de gestionar. Mi madre los guardaba en la camareta encima del pasillo sin que me interesara mucho por ellos.  

Recuerdo jugar a las casitas con la vecina de enfrente. No me acuerdo de haber jugado con un hermoso caballo de cartón enorme que me era imposible cabalgar.

Me acuerdo tener un triciclo y no usarlo apenas. También tuve un tren eléctrico pero no tengo consciencia de haber jugado con los vagones enchufando el cable a la electricidad, cosa bastante improbable para un niño de menos de dos años. 

Me acuerdo jugar con los vagones años después metiéndolos en el agua de la pila del patio hasta destrozarlos imaginando vivír mil aventuras.

Cuando nacieron mis hermanos los únicos juguetes que recibíamos eran los lapiceros de la época con bolígrafos, lápices, gomas, reglas y sacapuntas.

Personalmente seguí jugando con juguetes hasta los quince o los dieciséis años, que me metieron a trabajar de pinche de cocina en un hotel de la Costa, y allí me robaron lo que me quedaba de la niñez. 

No hubo día que los jefes de cocina, los otros pinches y los camareros, me acosaran llamándome cualquier cosa fea. Me invitaron a ir a bailar por primera vez a una discoteca y se llevaron un chasco bien gordo. 

Ligué enseguida con americanas de la universidad de Ohio hospedadas en nuestra cadena hotelera, tuve líos con ellas y ya no me invitaron nunca más a ninguna discoteca. 

Siempre me he acordado de las Fiestas Navideñas del Barrio Alto. Mi madre solía cocinar roscos de vino. Seguro que os acordáis de lo que pasaba con los roscos de vino cuando un invitado o invitada les hincaba el diente. Yo me hinchaba de reír.

Os leí en alguna ocasión que en todas las casas era costumbre tener en el salón una bandeja con alguna botella de alcohol, anís, coñac o quina, acompañado de peladillas, mantecados de almendras y roscos de vino.

Yo ayudaba a mi madre a estirar la masa del rosco y en algunos pocos introducíamos un trozo de hilo de coser como una pequeña broma para los invitados que al saborear el aperitivo se le enganchaba los dientes provocando las risas. 

Pero los mejores regalos navideños que yo recuerdo son cuando mi padre o mi madre traían a casa una caja de cartón blanca muy singular de la pastelería.

La caja, enorme y grande, contenía medianoches, medialunas, pasteles de coco, medialunas de merengue, pasteles de limón, pasteles de naranja, de chocolate, medialunas de crema y chocolate, de cabello de ángel, etcétera. 

Había tantos pasteles que no dábamos abasto durante varios días y lo compartíamos con amigos nuestros, vecinos y personas cercanas de nuestro vivir diario antes de que se echaran a perder. 

Mi madre invitaba siempre a vecinas que se habían convertido en nuevas amigas y confidentes. No recuerdo ningún día que en el salón de mi casa no tuviéramos una visita.

Lo siento mucho por los juguetes que estuvieron años guardados en la camareta del pasillo. 

Ninguno se salvó de morir ahogado en la pila del patio, excepto las bicicletas, que me las robaron. 

Aún espero sacarme la licencia de detective para descubrir quiénes fueron y hacerles pagar muy caro. 

Felices fiestas, Barrio Alto.

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Por noreply 05 feb, 2024
Os voy a contar lo de mi abuelo paterno, que se llamaba Bernabé pero su segundo apellido era Sánchez.
Por noreply 26 sept, 2023
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